La
tetera silba, el anciano apaga el fuego y vierte el agua hirviendo en
la taza con la bolsita de té.
—El
té no te conviene, pero tú mismo —dice ella.
—¿Y
a tí qué te importa?
—No,
nada, sólo lo comentaba.
—Los
médicos sólo saben prohibir.
Se
sienta en la mesa, posando la taza con manos temblorosas.
—Me
quitan el tabaco, el vinito de la noche, el café…¿y ahora el té
también es malo? Anda y que se jodan.
—Haz
lo que te dé la gana, al final yo saldré ganando, hagas lo que
hagas—añade ellla, ladeando la cabeza.
—Sí,
si ya lo sé, qué tunanta eres, lo tienes todo bien pensado ¿verdad?
Ahí sentadita, esperando. Todo atado y bien atado. No eres tú lista
ni nada.
—Yo
soy como soy, no es egoísmo, querido, es que no puedo ser de otra
forma.
—Claro,
claro. ¿Y cuando insistías en que no hiciera ni puto caso de los
médicos? Que algún cigarrillo de vez en cuando no me vendría mal;
que si se me olvidaba el Sintrón tampoco pasaba nada; que los
vinitos en el hogar del jubilado me ponían de buen humor, que
desayunar huevos con chorizo era lo más sano del mundo… Todo eso
me lo decías por mi bien, con la mejor intención del mundo,
¿verdad? Pero qué hija de perra manipuladora estás hecha.
—Oye,
sin insultar, que ya me estoy cansando. Sólo te aviso. Quiero que
disfrutes de la vida y luego descanses. Que seas feliz con esas
pequeñas cosas. No me gusta verte tan triste…
—Triste…
Claro, uno ya no está para tocar las castañuelas. Sin una buena
moza con quien pasar las noches, con lo que yo he sido, todo un
mujeriego, pero ahora nada de nada. Y encima sin poder probar ninguno
de los pocos placeres de esta mierda de vida… Lo que más echo de
menos es el cigarrillo mañanero, oye. Qué bien sabía.
—Pues
hombre, uno no te hará daño. Mira, aquí en el cajón tienes un
paquete.
El
anciano saca una cajetilla y un mechero y enciende un cigarrillo.
Aspira el humo con ansia, como si fuera la primera (o la última) vez
que lo hace. Ella le observa complacida.
A
la segunda calada, un ataque de tos le deja sin aliento. Siente que
se ahoga. Cae al suelo y queda inmóvil.
Ella
sonríe con su boca descarnada.
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