miércoles, 21 de agosto de 2019

La maga




    Tenía manos adivinas. Cuando tocaba el vientre de una mujer encinta, la Maga sabía si tendría un niño o una niña. Las gentes llegaban desde aldeas lejanas y hasta de otros reinos para consultarla. Y nunca se equivocaba. Ella, que había sido maldita con unas entrañas estériles, era venerada por sus poderes. Vivía en una choza humilde en mitad del bosque, rodeada de sus hierbas y sus ungüentos.
    Un día llamó una joven a su puerta. Venía de muy lejos, vestía harapos y estaba enferma y la Maga la acogió. Había hecho un largo viaje de más de cinco lunas sólo para verla, pues estaba embarazada. La Maga la cuidó y la alimentó. La observó tendida en su camastro, y vio que era casi una niña. Aún no había tocado su abultado vientre. Algo se lo impedía.
    Recordó cuando ella era pequeña y su mentora le hizo saber quién era y que nunca podría concebir. De adulta se dio cuenta de la ironía. Había practicado su arte estoicamente durante largos años. Miles de vientres habían pasado bajo sus manos, y ella mecánicamente decía una sola palabra. Y todo el mundo reía y se felicitaba. Menos ella. Nadie se daba cuenta de sus ojos tristes. Le daban las tres monedas y se iban. Nadie notaba lo sola que se sentía la Maga; que no podía concebir; a quien ningún hombre amaba; que nunca tendría una familia. Pensaba en todo eso mientras observaba a esa joven miserable que parecía no tener a nadie en este mundo.
    Cuando mejoró, la joven insistió en hacer la pregunta.
—Maga, ¿qué voy a tener?
    Y la Maga, por primera vez consciente de su poder, harta de tocar tripas ajenas, decidida a acabar con su soledad, por primera vez sin tocar a la joven, dijo:
—Nada.
Y la sangre comenzó a manar al instante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario